Nota de la editora: Este artículo fue escrito originalmente por Cora Schenburg el 18 de abril de 2025. Trabajamos para preservar el significado original en la traducción, pero no podemos garantizarlo.
En los últimos meses, yo me he preguntado que le dijera a alguien que está en favor del tratamiento actual trato que Estados Unidos dispensa a los inmigrantes, los extranjeros y los estudiantes internacionales. Por todas partes del mundo, vemos estudiantes perdiendo sus visas sin explicación. Un residente legal de El Salvador, Kilmar Armando Abrego Garcia, fue arrestado recientemente y mandado a una prisión Salvadoreña para terroristas. Allí permanece, a pesar de la admisión del gobierno que su arresto fue un “error administrativo”. La lista de detenciones y arrestos de inmigrantes legales y otros nacionales extranjeros sigue.
Entonces qué le digo a las personas que apoyan esas acciones? Yo empezaba diciéndoles que su actitud me desconcierta. No entiendo cómo ellos pueden defender tal comportamiento y a la vez reclamar que aman los Estados Unidos, un país donde muchos de nosotros descendemos de inmigrantes. Yo les diría que aunque estamos en desacuerdo en esto y otros asuntos, compartimos un amor por este país.
Yo soy una profesora de Estudios Alemanes en esta Universidad, y también la nieta de inmigrantes Judíos de Europa del Este. Cuando las familias de mis abuelos llegaron a Nueva York un poco antes de La Primera Guerra Mundial, ellos eran una cantidad desconocida en los ojos de muchos Americanos. Mis ancestros usaban ropa rara, hablaban un lenguaje raro y comían comida rara. Muchos Americanos les temían a sus compañeros inmigrantes, como muchos se sienten de los inmigrantes hoy en día.
Sin embargo, este país los acogió. Los Estados Unidos tomaron un chance con mis abuelos y muchas cantidades desconocidas. Porque nuestro país tomó este chance, mis abuelos no perecieron en pogromos, como mucho de sus cohortes lo hicieron. 30 años después, cuando Adolf Hitler tomó el poder en Europa, mi Tío Harold, un Sargento en el ejército U.S., ayudó a defender el mundo contra la hegemonía Nazi.
En abril de 1976. Me llegó una carta gorda de la universidad de mis sueños. Cuando se la enseñé a mi madre, me dijo: «Tu abuelo hizo maletas, y vas a ir a Vassar [College]».
Soy un producto del sueño americano, al igual que mi hermana y mis primos. Vivimos en casas y apartamentos confortables. Somos carpinteras, amas de casa, masajistas, pilotos de helicóptero y académicas. ¿Cómo no estar agradecidas al país que lo ha hecho posible? ¿Cómo no desear que otros -incluso desconocidos- tengan lo que nosotros tuvimos?
No estoy defendiendo que abramos nuestras puertas a toda persona extranjera sin investigación previa. No conozco a nadie que lo desee. Valoro mi seguridad y la de los demás tanto como cualquier otra persona y comprendo la necesidad de ser precavidos. Sin embargo, como estadounidenses, no debemos permitir que nuestro miedo a las cantidades desconocidas nos convierta de una nación abierta y acogedora en un Estado que no sólo ve a los extranjeros con recelo, sino que también ignora los derechos de esos extranjeros que viven aquí legalmente. La semana pasada, se revocó el visado a un estudiante internacional de nuestra Universidad. La Universidad no reveló la identidad ni la nacionalidad del estudiante, ni ofreció explicación alguna de por qué los funcionarios de inmigración se habían fijado en esta persona. No nos aportaron ninguna prueba de que estas personas hubieran actuado mal.
Rümeysa Öztürk, estudiante turca de doctorado en la Universidad de Tufts, fue detenida por agentes de inmigración. ¿Su delito? Hacer lo que yo estoy haciendo ahora: expresar una opinión en su periódico estudiantil. Estas personas detenidas, arrestadas o deportadas son tachadas de terroristas. Sin embargo, afirmar que una persona es terrorista no es lo mismo que demostrarlo. No me gustaría que me acusaran de un delito y me castigaran sin pruebas, y tampoco a la mayoría de los estadounidenses. Me opongo firmemente a que se trate así a nuestros amigos, familiares, estudiantes y colegas extranjeros.
Como judía nacida 10 años después del final de la Segunda Guerra Mundial y profesor de alemán durante casi cuatro décadas, fui testigo de la caída de Alemania en el nazismo desde un punto de vista tanto académico como personal. Los historiadores coinciden en que lo que evolucionó hacia el Holocausto comenzó con las detenciones individuales sin revisión judicial, que el gobierno nazi denominó «detenciones preventivas». Durante medio siglo, he visto a Alemania hacer todo lo posible por expiar los horrores de la era nazi. Sin embargo, las personas perdidas en aquellos años se han ido para siempre.
Rezo para que no persigamos ahora y expiemos después. Volvamos al país que acogió a los supervivientes del Holocausto, junto con tantos otros que escapaban de la persecución o de un desastre natural. Todavía podemos darle la vuelta a la situación. Rezo para que lo hagamos, mientras aún estemos a tiempo.
Cora Schenberg es profesora asociada del Departamento de Lenguas y Literaturas Germánicas. Puede ponerse en contacto con ella en opinion@cavalierdaily.com.
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