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Encontrando la calma en medio del caos de la ciudad de Nueva York

Las meditaciones de una ciudad revivida

El artículo no expresa las opiniones o posiciones de los traductores. El artículo es una versión traducida del artículo que se encuentra a continuación: enlace

Escritxr original:  Willa Hancock

Traducido por: MJ Corvalan 

Después de frenéticamente intentar encontrar un taxi vacío, una tarea que ha sido bastante difícil a medida que los neoyorquinos vuelven a la vida con ritmo pre-pandemia, hice contacto visual intenso con un conductor a una cuadra, y se hizo un acuerdo no verbal. Me subí al taxi y le dije que aunque no parezca muy zen en ese instante, me apresuraba para llegar a la clase de yoga de las 6 p.m. 

Giró su cabeza hacia mí, me guiñó el ojo y me asintió. Mediante esta moción se llegó a otro acuerdo. Como su gesto prometió, el conductor zigzagueó por las calles como si mi desesperación se hubiera convertido en la suya. Con tan solo 30 segundos de sobra, me apresuré a subir las escaleras para aprovechar esta hora de tranquilidad. Mi apresuramiento y el suyo resultaron exitosos, incluso conseguí mi lugar favorito en el estudio. 

Si bien este estudio en NYC no era tan tranquilo como los que frecuentaba en casa, utilizo estos espacios para presionar pausa. En mi experiencia, yoga actúa como una forma de adormecer el ajetreo de nuestros propios pensamientos y permitir la reflexión individual — algo que me pareció importante mientras me adaptaba a una nueva ciudad durante el verano. 

Cuando la clase llegó a su fin, el instructor nos invitó a todos a savasana — una conclusión física y a veces emocional. Sintiéndome renovada y tranquila, salí del estudio de una manera diferente a la que había entrado, cortésmente serpenteando por las escaleras hasta encontrar las puertas giratorias. Pero esta ilusión de serenidad fue rápidamente perturbada, y el movimiento de la ciudad barrió cualquier calma en mi expresión. 

Al pisar la acera llena de gente, ingenuamente me coloqué en el carril de bicicletas para no interferir con la ola de gente caminando para llegar a casa. Con el sudor aún adherido a mi piel cálida, la brisa del movimiento se sintió refrescante, y me tomé un momento para quedarme quieta en el bullicio —  esta quietud fue, como era de esperar, breve. 

Escuché un gruñido desde la distancia que se acercó rápidamente, y la voz de un hombre agitado atrajo mi mirada inmediatamente a la derecha. “Bip, bip, señora,” repitió el hombre mientras se acercaba. Apenas esquivé sus ruedas que giraban frenéticamente e inusualmente me reí mientras procesaba esta interacción notablemente agotadora. Me invadió una sensación contradictoria, la agitación de la ciudad de Nueva York fue paradójicamente meditativa para mí. 

Mientras caminaba a casa después de mi clase de yoga, me di cuenta de lo extrañamente refrescante que se sentía experimentar las rutinas intrascendentes de la vida diaria. Antes de la pandemia, es posible que nos hayamos encontrado con algunos obstáculos menores —una lucha para encontrar un taxi, un atasco en el tráfico en camino a una reunión, tener que empujar a las multitudes y una reprimenda de un ciclista agraviado— y hayamos estado más susceptibles a sentimientos de frustración. Pero en este día, cada uno de estos acontecimientos confirmó la actualidad de mi juventud, una juventud que recientemente se ha sentido dormida.

En el último año y medio, el tiempo se sintió como si se estuviera escapando por las grietas— desde los 19 a los 21 años, esta pandemia ha hecho que mi juventud parezca obsoleta, estacionándola en un estado de inactividad. A medida que el mundo vuelve progresivamente a una apariencia de lo que fue, experimentar este despertar en una ciudad revitaliza la potencia de mi juventud. He llegado a comprender que me alimento en gran medida de lo que me rodea, y parece que no hay mejor lugar que la ciudad de Nueva York para participar en esta reanimación de la vida: una especie de “terremoto juvenil” contemporáneo. 

Vivir en una gran ciudad requiere que estés alerta, que prestes atención a tu entorno, que asimiles los olores, la gente y la vida que te rodea —  luego de un año de inmensa reflexión interior, encuentro estas distracciones externas y contradicciones de la vida en la ciudad bastante estimulantes. De repente estoy agradecida por la pausa cuyo final nos ha devuelto a una experiencia de vida inesperada y novedosa, una que invita a encuentros extraños, prisas sudorosas, y una cabeza giratoria. Con solo unas pocas semanas en la ciudad por delante, planeo no dar por sentado a las innumerables personas, lugares, y cosas imprevisibles que encontraré — en este mundo revitalizado, todo parece conmovedoramente digno de recordar. 

Willa Hancock es columnista de Life para The Cavalier Daily. Puede ser contactada en life@cavalierdaily.com.

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